Durante
parte del siglo XVII se instauró el rococó, una corriente artística
que también influenció las vestimentas y peinados, además de ir acorde
con la mentalidad de la época. De hecho, la ostentación y las ganas de
mostrar las posesiones que tuvieron los reyes absolutistas son las que
les llevaron a su ruina y muerte pues el pueblo se reveló, como les pasó
a Luis XV y a María Antonieta. Fue, pues, una época en la que los
mejores tejidos y los grandes volúmenes tuvieron protagonismo; y los peinados y tocados llegaron a ser los más exagerados de la historia.
Peinados del siglo XVIII
Para crear estos peinados tan elevados,
pues algunos llegaron a medir más de 50 cm de altura, se colocaban una
estructura sobre la cabeza a base de alambres, algodón o estopa,
envuelta posteriormente por el propio pelo. Fijaban el peinado con una
especie de pomada, llamada pormatum, que sujetaba el cabello,
este mantenía la forma durante largos periodos de tiempo, también
gracias a las primeras horquillas. Además, se cubría el cabello con
polvos blancos para darle un aspecto más claro.
Francia fue el primer país en crear tendencia
Pero, por lo visto, estas grandes
estructuras no eran suficientes. No conformes con todo esto, se
colocaban ornamentaciones en el cabello que iban desde las plumas a los
tocados o sombreros que con el tiempo se fueron exagerando cada vez más;
se ha descubierto que incluso algunas mujeres llegaron a llevar
maquetas de barcos, jaulas con pájaros vivos o jardines. ¿Imagináis
semejante peso sobre la cabeza? Pues esta no es la parte más
sorprendente.
Lógicamente, el peinado no se desmontaba
cada poco tiempo sino que podían tardar meses e incluso años en lavarse
el cabello y, debido a esto, se formaban nidos de arañas, piojos o
bichos. Se inventó la piojera, que se creaba en oro o plata, una
herramienta para rascarse la cabeza y combatir así los picores. Como
veis mucho lujo y poca higiene.
Cualquier cosa servía para decorar el peinado
Sátira en forma de dibujo sobre la altura de los peinados
Maria Antonieta fue uno de los
personajes más influyentes en la moda de la época, pues llevaba siempre
las últimas tendencias en vestidos y peinados, los mejores complementos y
los materiales más caros.
Maria Antonieta con tocado de plumas
En la película americana sobre Maria
Antonieta del 2006 podréis ver una muy buena adaptación de los peinados y
vestidos del siglo XVIII; de hecho este film ganó un Oscar al mejor
diseño de vestuario.
Lo más común consistía en
polvo como base para la cara, el cuello y pecho, siempre blanco porque no era apropiado para la realeza verse moreno o bronceado.
Las cejas se oscurecían para remarcarlas y utilizaban colores fuertes para el
rubor, aunque no como en la actualidad que se busca acentuar los pómulos; en esa
época cubrían todas sus mejillas con tonos intensos.
Los labios, entre más pequeños mejor, del mismo tamaño en el labio
superior que el inferior, de tal forma que al cerrarlos se viera como
“una rosa que florecía”.
Y las clases más acomodadas utilizaban pelucas, grandes y con
peinados muy complejos, tan altos como se pudiera y adornados con plumas
de aves, joyas auténticas o flores de seda.
Algunas personas elegían el tono de su cabello natural, pero la
mayoría, tanto hombres como mujeres, preferían las de color blanco o
gris.
En ese siglo,
París se convirtió en la capital de la moda, y desde entonces es uno de los lugares que dictan las
tendencias que seguirá el mundo entero.
Una característica muy común de esa época era ponerse
lunares falsos hechos de terciopelo en alguna parte del rostro o en el escote.
Fue tan importante el uso de lunares que se convirtió en un lenguaje
propio para los hombres, que también los utilizaban. Por ejemplo, si el
lunar estaba en la nariz, el hombre era impertinente; en los ojos,
apasionado; en la comisura de los
labios, besucón; en la mejilla, galante; entre la boca y la barbilla, discreto; en un párpado, ladrón.
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El
maquillaje en la época de la famosa
María Antonieta
era todo lo contrario a lo que las mujeres utilizamos hoy en día, pues
las mujeres buscaban verse casi débiles y tan pálidas como fuera
posible, los escotes eran muy pronunciados, pero la ropa ocultaba el
resto del cuerpo.
Lo más común consistía en
polvo como base para la cara, el cuello y pecho, siempre blanco porque no era apropiado para la realeza verse moreno o bronceado.
Las cejas se oscurecían para remarcarlas y utilizaban colores fuertes para el
rubor, aunque no como en la actualidad que se busca acentuar los pómulos; en esa
época cubrían todas sus mejillas con tonos intensos.
Los labios, entre más pequeños mejor, del mismo tamaño en el labio
superior que el inferior, de tal forma que al cerrarlos se viera como
“una rosa que florecía”.
Y las clases más acomodadas utilizaban pelucas, grandes y con
peinados muy complejos, tan altos como se pudiera y adornados con plumas
de aves, joyas auténticas o flores de seda.
Algunas personas elegían el tono de su cabello natural, pero la
mayoría, tanto hombres como mujeres, preferían las de color blanco o
gris.
En ese siglo,
París se convirtió en la capital de la moda, y desde entonces es uno de los lugares que dictan las
tendencias que seguirá el mundo entero.
Una característica muy común de esa época era ponerse
lunares falsos hechos de terciopelo en alguna parte del rostro o en el escote.
Fue tan importante el uso de lunares que se convirtió en un lenguaje
propio para los hombres, que también los utilizaban. Por ejemplo, si el
lunar estaba en la nariz, el hombre era impertinente; en los ojos,
apasionado; en la comisura de los
labios, besucón; en la mejilla, galante; entre la boca y la barbilla, discreto; en un párpado, ladrón.
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El
maquillaje en la época de la famosa
María Antonieta
era todo lo contrario a lo que las mujeres utilizamos hoy en día, pues
las mujeres buscaban verse casi débiles y tan pálidas como fuera
posible, los escotes eran muy pronunciados, pero la ropa ocultaba el
resto del cuerpo.
Lo más común consistía en
polvo como base para la cara, el cuello y pecho, siempre blanco porque no era apropiado para la realeza verse moreno o bronceado.
Las cejas se oscurecían para remarcarlas y utilizaban colores fuertes para el
rubor, aunque no como en la actualidad que se busca acentuar los pómulos; en esa
época cubrían todas sus mejillas con tonos intensos.
Los labios, entre más pequeños mejor, del mismo tamaño en el labio
superior que el inferior, de tal forma que al cerrarlos se viera como
“una rosa que florecía”.
Y las clases más acomodadas utilizaban pelucas, grandes y con
peinados muy complejos, tan altos como se pudiera y adornados con plumas
de aves, joyas auténticas o flores de seda.
Algunas personas elegían el tono de su cabello natural, pero la
mayoría, tanto hombres como mujeres, preferían las de color blanco o
gris.
En ese siglo,
París se convirtió en la capital de la moda, y desde entonces es uno de los lugares que dictan las
tendencias que seguirá el mundo entero.
Una característica muy común de esa época era ponerse
lunares falsos hechos de terciopelo en alguna parte del rostro o en el escote.
Fue tan importante el uso de lunares que se convirtió en un lenguaje
propio para los hombres, que también los utilizaban. Por ejemplo, si el
lunar estaba en la nariz, el hombre era impertinente; en los ojos,
apasionado; en la comisura de los
labios, besucón; en la mejilla, galante; entre la boca y la barbilla, discreto; en un párpado, ladrón.
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El
maquillaje en la época de la famosa
María Antonieta
era todo lo contrario a lo que las mujeres utilizamos hoy en día, pues
las mujeres buscaban verse casi débiles y tan pálidas como fuera
posible, los escotes eran muy pronunciados, pero la ropa ocultaba el
resto del cuerpo.
Lo más común consistía en
polvo como base para la cara, el cuello y pecho, siempre blanco porque no era apropiado para la realeza verse moreno o bronceado.
Las cejas se oscurecían para remarcarlas y utilizaban colores fuertes para el
rubor, aunque no como en la actualidad que se busca acentuar los pómulos; en esa
época cubrían todas sus mejillas con tonos intensos.
Los labios, entre más pequeños mejor, del mismo tamaño en el labio
superior que el inferior, de tal forma que al cerrarlos se viera como
“una rosa que florecía”.
Y las clases más acomodadas utilizaban pelucas, grandes y con
peinados muy complejos, tan altos como se pudiera y adornados con plumas
de aves, joyas auténticas o flores de seda.
Algunas personas elegían el tono de su cabello natural, pero la
mayoría, tanto hombres como mujeres, preferían las de color blanco o
gris.
En ese siglo,
París se convirtió en la capital de la moda, y desde entonces es uno de los lugares que dictan las
tendencias que seguirá el mundo entero.
Una característica muy común de esa época era ponerse
lunares falsos hechos de terciopelo en alguna parte del rostro o en el escote.
Fue tan importante el uso de lunares que se convirtió en un lenguaje
propio para los hombres, que también los utilizaban. Por ejemplo, si el
lunar estaba en la nariz, el hombre era impertinente; en los ojos,
apasionado; en la comisura de los
labios, besucón; en la mejilla, galante; entre la boca y la barbilla, discreto; en un párpado, ladrón.
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